viernes, 17 de octubre de 2014

Diálogo

17 de octubre 2014


Crecí en un hogar en el que la moneda más valiosa eran las palabras. Mi madre solía decirme que mi riqueza se definiría por la cantidad y diversidad de palabras con las que pudiese expresarme. Por mucho tiempo, creí en esto como algo cierto. Solía fijarme en personas que no tenían la misma espontaneidad al hablar que yo y les consideraba pobre, por lo que les dirigía la palabra tratando de hacerlos un poco más ricos. Porque la riqueza estaba en la palabra, estaba en expresarse.

Con el tiempo fui comprendiendo que no todo lo que mi madre decía era real, y mi riqueza era una de sus mentiras. La lección que me enseño fue una que me causó muchos problemas al crecer, pues estoy predestinada a entender que aquellos que no dominan la palabra, no dominan la vida. Por lo tanto, cuando no domino mi vida, me hago nada, me vuelvo vacío, no hablo.

Al momento en el que mi alma se encuentra en su punto más escaso, callo. Y aunque no quiera callar, lo hago. Son momentos como éstos en los que entiendo que prefiero hacer silencio, reconstruirme, ahorrar para crecer mis riquezas y en su debido momento, volver a hablar.

domingo, 5 de octubre de 2014

"Real"

Octubre 5, 2014

Resulta que al final todos nos engañan. No es tan blanco y negro como se nos había prometido. En aquellas dos inocentes e utópicas franjas opuestas, nuestra sociedad se encargade embrutecernos ante el medio ambiente en una situación en la que solo conocieramos y reconocieramos (valga la diferencia) dos ámbitos únicos del lo concreto. Pero nos enteramos que entre todas las estafas que nos hacen, esta es de las mayores.  No hay cosa tal como el bien y el mal.

Son demasiadas las escalas de grises que se abstienen de mostrar, y al descubrirlas, esos sútiles e indefensos tonos de color pasaban a tomar una forma por desconocida, marginada. Se podría decir que la razón por la cual resulta mejor darnos dos extremos, surge de la necesidad de un control social que sería imposible de lo contrario. Si se nos dijera que no hay cosa tal como un mal determinado o un bien contundente, no nos veríamos limitados en ningún aspecto de nuestra conducta. Es por esto que una intención de bien común resulta en uno de los fenómenos que más afecta a la raza humana.

Estamos biológicamente (casi) incapacitados para diferenciar el blanco del negro. No estamos aptos para reconocer los grises. La falta de tolerancia que tenemos ante cualquier sujeto que se atreva a desafiar nuestros limitados dos extremos es el catalizador de todas las manifestaciones que comprueban que aunque se considere lo contrario, seguimos siendo la especie más ignorante que ha caminado por la faz de la tierra.

Aura