viernes, 18 de marzo de 2016

Debajo de mi cama: Hija de los locos

Estaba sentada, encubierta  en varias sábanas escribiendo debajo de su cama un viernes al medio día.

Son las doce del medio día y yo estoy pretendiendo que el abismo del universo comienza cuando el espacio debajo de esta cama acaba. Siempre pasa, siempre pasa lo mismo. En un día cualquiera, paso al menos 12 horas siendo productiva, eficiente, responsable, madura, comprensiva, y presente. No es queja la observación, sencillamente hacer una lista de las categorías en las que mi vida se divida cada 24 horas.

Me levanto usualmente antes de que el sol salga, con una lista hecha desde la noche anterior de las primeras 5 cosas a realizar en un día, con aproximadamente 45 minutos de espacio para la higiene, nutrición y e incentivo para procrastrinar en la cama. Tomo dos clases y trabajo por una hora así que ya se fueron tres.

(Me tomé cinco minutos leyendo en el celular para calmar un poco el pulso porque acabo de fumar. Si, ahora fumo.)

 Entonces estoy escribiendo, en los 7 minutos que me quedan perdiendo tiempo antes de que tenga que ponerme de pie, porque tengo que almorzar, estudiar y prepararme para ir al trabajo. Hoy no iré al gimnasio, pero ayer corrí dos millas y me tomó 25 minutos, pero por 25 minutos solo tuve que mirar un árbol.

Tengo dos agendas, y un total de tres listas por día, y soy presidenta de dos organizaciones, y los martes en la noche le dedico tres horas a un grupo de 11 hombres tocando piano y cantando en tarima.

El tiempo que me queda libre, lo paso ansiosa, debajo de mi cama, queriendo sentirme segura.

viernes, 11 de marzo de 2016

La matemática de Lorenzo



Tenía ocho años.
Llevaba 2,920 días pestañeando, jugando bajo el sol, contando las estrellas.
Había conocido el inhalar y exhalar por solo ocho años, su nombre era Lorenzo.

Tenía ocho años.
Era una semilla más de nosotros cuya vida arrancaron.
Si estás escuchando esto, has tenido el privilegio de que tu corazón ha latido al menos, 29.2 millones de veces más que el suyo.

Tenía ocho años.
Dos hermanas y con ellas al menos mil mañas despertó, trascendió, amó.
Un padre que de lejos al menos dos veces en semana lo veía y una mamá que lo por nueve meses lo albergó antes de traerlo al mundo.

Tenía ocho años y por andar curoseando le hicieron doler hasta que no le quedó más sangre por sangrar.
Dos litros de sangre sobre un periodo de 300 minutos su cuerpo fue perdiendo.

Tenía ocho años y fueron tres las heridas punzantes y al menos dos centímetros hacia adentro del cerebro que le enterraron el tabique.

Tenía ocho años y por 18,000 reclamó en angustia a 4 metros de distancia, a aquella persona que lo convirtió en persona, que le permitiera vivir.


Tenía ocho años y en el escenario planteado, al menos hubo 4 personas que pudieron haberlo mantenido con vida. Quien lo trajo al mundo, bajo el mismo techo, permitió que se lo llevaran.

jueves, 10 de marzo de 2016

Her



Her

I give her my bones
I give her my heart beat. 
I wake up every morning to feed her, 
to dress her, 
to be her. 
Every breath of mine is hers. 

Every day I face her. 
I look in the mirror, 
I reach out to touch her. 
My vague smile tries to quiet her voice; 
It never takes me too long to realize, 
I can't control her volume anymore. 

She stares back at me.
She's done it once more...
Insisting on the fact, 
that my best isin't enough. 

I shamefully look down. 
Promise to do better..
But she doesn't care. 
I know that tomorrow, 
I'll make me remember, 
all my mistakes.