viernes, 17 de octubre de 2014

Diálogo

17 de octubre 2014


Crecí en un hogar en el que la moneda más valiosa eran las palabras. Mi madre solía decirme que mi riqueza se definiría por la cantidad y diversidad de palabras con las que pudiese expresarme. Por mucho tiempo, creí en esto como algo cierto. Solía fijarme en personas que no tenían la misma espontaneidad al hablar que yo y les consideraba pobre, por lo que les dirigía la palabra tratando de hacerlos un poco más ricos. Porque la riqueza estaba en la palabra, estaba en expresarse.

Con el tiempo fui comprendiendo que no todo lo que mi madre decía era real, y mi riqueza era una de sus mentiras. La lección que me enseño fue una que me causó muchos problemas al crecer, pues estoy predestinada a entender que aquellos que no dominan la palabra, no dominan la vida. Por lo tanto, cuando no domino mi vida, me hago nada, me vuelvo vacío, no hablo.

Al momento en el que mi alma se encuentra en su punto más escaso, callo. Y aunque no quiera callar, lo hago. Son momentos como éstos en los que entiendo que prefiero hacer silencio, reconstruirme, ahorrar para crecer mis riquezas y en su debido momento, volver a hablar.

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